Garoé by Alberto Vazquez-figueroa

Garoé by Alberto Vazquez-figueroa

autor:Alberto Vazquez-figueroa
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Histórica
publicado: 2010-06-24T23:00:00+00:00


* * *

—A fe mía que te habías colocado en una situación harto delicada... —reconoció monseñor Cazorla frunciendo el entrecejo como si con ello quisiera demostrar su desconcierto ante cuanto acababa de escuchar—. Conozco a algunos que han acabado en el patíbulo por mucho menos. ¡Alzarse contra la Corona! ¡Dios nos libre!

—¿Qué hubieras hecho tú?

—¡Oh, vamos, Gonzalo, no pretendas hacerme caer en semejante trampa! —protestó su interlocutor—. Me has descrito una situación en la que nadie querría verse involucrado, por lo que no estoy dispuesto a darte una apresurada respuesta cuando ni siquiera tú, que estabas allí y tenías tiempo de sobra a la hora de meditar sobre ello, conseguiste encontrarla. ¿O me equivoco?

—¡No! —admitió el dueño de la mansión—. No te equivocas.

Hubiera resultado difícil equivocarse dado que en aquellos lejanos tiempos el teniente Baeza era un honrado e impulsivo muchacho al que repugnaba la vergonzosa actitud que habían adoptado sus compañeros de armas.

Su primera reacción fue la de plantar cara a su superior, pero pese a su juventud había sido capaz de conservar la cordura suficiente como para comprender que sus posibilidades de éxito eran escasas al tiempo que se arriesgaba a provocar una masacre.

Cuando esa misma noche intentó explicarle a Garza que debían alejarse del campamento o sus vidas correrían serio peligro, su respuesta le dejó ciertamente sorprendido:

—La muerte es la única que al entrar en un hogar deja un vacío —musitó entre caricia y caricia—. Si te matasen me precipitaría en un abismo sin fondo, aunque continúo sin entender por qué razón te ves obligado a obedecer a alguien que no sabe gobernar... ¡Resulta absurdo!

A una mujer que desde que vino al mundo estaba acostumbrada a que sus mandatarios fueran elegidos entre los miembros más sensatos de la comunidad le desconcertaba sobremanera el hecho de que un adulto acatara órdenes absurdas cerrando los ojos a una realidad que estaba conduciendo a la isla a un desastre de incalculables proporciones.

Pero resultaba aún más difícil comprender que al otro lado del océano existieran leyes que no habían sido dictadas por los miembros más sensatos de la comunidad, sino por los más poderosos, y que en un mundo que se consideraba a sí mismo «civilizado» el ansia de poder solía superar a la avaricia por el simple hecho de que el dinero no siempre conquistaba el poder mientras que quienes ostentaban el poder se encontraban a menudo en condiciones de apoderarse de las riquezas.

A su atribulado marido, el teniente Gonzalo Baeza, le hubiera importado muy poco que el capitán Castaños se enriqueciera fabricando un pestilente mejunje que deslumbraba a reyes y cardenales siempre que no perjudicara a nadie, pero resultaba evidente que no era el caso; en lugar de hacer venir mano de obra a la que pagar un salario a cambio de hacer un trabajo repugnante, había preferido abusar de los nativos deslumbrándolos con baratijas al tiempo que les arrebataba un agua que les resultaba imprescindible para seguir viviendo.

Si como el anciano Tenaro aseguraba se encontraban a punto de



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